viernes, 8 de abril de 2011

Carroñeros

La abundancia relativa de vertebrados carroñeros constituye una de las diferencias más sutiles entre los ecosistemas terrestres y los marinos. De Australia a Canadá y de la meseta tibetana a las sabanas africanas, numerosas especies de vertebrados, pertenecientes a los linajes más diversos, consumen carroña asiduamente. Algunos lo hacen sólo de forma oportunista, como los cuervos y los chacales; para otros, la carroña representa una parte sustancial de su dieta y presentan adaptaciones especiales para su consumo, como en el caso de las hienas y del diablo de Tasmania; y finalmente existe un selecto grupo de especies, formado por los buitres del Viejo Mundo y los jotes y cóndores americanos, cuyo alimento está formado exclusivamente por despojos de otros vertebrados. 
 Nada de esto sucede en el mar, donde la nómina de carroñeros es francamente limitada, y la mayoría no han evolucionado para consumir carroña de forma habitual. Es el caso de las gaviotas, carroñeras sobrevenidas gracias a la incesante producción humana de descartes pesqueros y despojos de matadero, aunque su alimentación natural la componen pequeños peces pelágicos. Los osos polares tampoco desperdician un buen cadáver, aunque han evolucionado para la caza de focas en el hielo. Y lo mismo sucede con algunos tiburones, capaces de cuartear los cachalotes abarloados a los barcos balleneros del siglo XIX  si la tripulación no se apresuraba en el despiece, pero cuya anatomía habla de veloces cazadores de peces y no de eficientes rastreadores de cadáveres.
Alimentarse de carroña resulta una estrategia eficiente siempre y cuando exista una producción continuada y relativamente predecible de cadáveres. Las epidemias, el frío y las sequías pueden producir grandes mortalidades en poco tiempo, pero ese súbito incremento en la disponibilidad de alimento sólo puede ser utilizado por insectos con tiempos de generación cortos y capaces de permanecer en diapausa durante mucho tiempo. Los vertebrados no se adaptan bien a estas fluctuaciones. Necesitan una provisión relativamente constante de alimento y sólo la actividad de ciertos depredadores puede proporcionar un aporte continuado de carrroña.
Un guepardo captura prácticamente una gacela diaria, un jaguar caza un pécari cada dos o tres días, un tigre mata un sambar cada cinco días y las manadas de leones y lobos dan caza a cebras y ciervos respectivamente con una periodicidad similar. Ninguno de estos depredadores puede consumir a sus presas enteras y, aunque permanezcan dos o tres días junto al cadáver para aprovecharlo al máximo, acaban abandonando la carcasa, donde todavía existen numerosos restos de músculo, por no hablar del tuétano y el cerebro protegidos en el interior del esqueleto. En los ecosistemas terrestres donde existen grandes mamíferos carnívoros, la disponibilidad de carroña es elevada y continua. Falta saber localizarla y aprovecharla, algo fácil si se dispone del agudo olfato del jote de cabeza roja y de las potentes mandíbulas de la hiena manchada.
La situación es radicalmente distinta en el mar, donde prácticamente ningún depredador captura presas mayores que él mismo. En realidad, la longitud de las presas de los depredadores marinos suele ser inferior a un tercio de la longitud del propio depredador y habitualmente es ingerida entera. Capturar una presa de gran tamaño requiere una notable inversión en tiempo y energía. En tierra, puede resultar rentable si luego es posible atracarse de carne y además aprovechar el cuerpo durante varios días, como hacen leopardos, tigres, leones y lobos. Pero en el mar, esta utilización prolongada de las carcasas nos es posible, debido a algo extraordinariamente simple.
La densidad de todos los vertebrados es ligeramente superior a la densidad marina, salvo la de las ballenas francas y quizás alguna otra excepción. Si dejan de nadar o pierden el control de sus cavidades gaseosas (vejiga natatoria o pulmones, según la especie), todos los vertebrados se hunden en el mar, aunque luego los gases de la descomposición puedan reflotar algún cadáver. Por lo tanto, las presas de los depredadores marinos se hunden indefectiblemente hacia el fondo. Este fenómeno físico hace que en el mar no resulte energéticamente rentable la captura de presas que no puedan ser ingeridas inmediatamente tras la captura. En mar abierto, las orcas cazan peces y pequeños cetáceos, que pueden consumir de forma prácticamente completa, y lo mismo se aplica a los tiburones. Especies como el pez espada y el atún rojo,  de hasta 300 kilogramos de peso, consumen presas de menos de medio kilogramo de peso. Los cachalotes, los elefantes marinos y los zifios también se tragan enteros los calamares que consumen. Y la mayoría de los delfines capturan únicamente pececillos de menos de 100 gramos de peso. La caza, en el mar, apenas deja cadáveres y sin un suministro predecible, los vertebrados carroñeros no han podido evolucionar.
Sólo algunas poblaciones de orcas infringen habitualmente la norma de capturar presas mucho menores que ellas mismas. Un ecotipo de orca propio de la Antártida parece especializado en la captura de rorcuales aliblancos antárticos y otro ecotipo propio del Pacífico norte capturando crías de ballena gris durante la migración anual de esta especie. Cuando las orcas del Pacífico capturan ballenas en zonas relativamente someras, explotan el cadáver sumergido durante varios días, tal como hacen los depredadores terrestres.  Cuando la carcasa es finalmente abandonada, los tiburones aprovechan los restos y si, finalmente, parte del cuerpo es arrastrado a la orilla, lo consumen los osos polares. Sin embargo, se trata de un fenómeno estrictamente local, sin mayor trascendencia en la evolución de estos carroñeros oportunistas.
Sin embargo,  cuando las orcas capturan una ballena en aguas profundas, sólo tienen tiempo de consumir la lengua, los labios y parte de la grasa antes de que su presa se hunda fuera de su alcance. Esto sugiere que, al menos en la Antártida y quizás en el Pacífico, la actividad de las orcas ha generado un suministro relativamente continuo de carroña de ballena hacia las profundidades. No parece existir ningún vertebrado especializado en aprovechar de forma sistemática esta fuente de alimento, demasiado disperso en el espacio, pero sí un diversa fauna de invertebrados, equivalentes a los insectos necrófagos terrestres.
(Fuente: Revista Investigación y Ciencia. 5-4-11)

El siguiente vídeo nos muestra el papel que desempeñan las especies carroñeras en el reciclado de la materia orgánica dentro de los ecosistemas terrestres, en donde nada se desperdicia para poder recuperar la biomasa de nuevo.

1 comentario:

  1. Si me mandas una dirección con gusto te enviaré el libro cuando salga. En él transcribo un extenso fragmento de la conferencia que le escuché al Decano de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Málaga en una capacitación que tuve la suerte de hacer en el año 90 y pico. Cariños

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