sábado, 26 de febrero de 2011

El protolenguaje

El lenguaje es el medio de comunicación entre los seres humanos a través de signos orales y escritos que poseen un significado. En un sentido más amplio, es cualquier procedimiento que sirve para comunicarse. Algunas escuelas lingüísticas entienden el lenguaje como la capacidad humana que conforma al pensamiento o a la cognición.
Si entendemos el lenguaje como un medio de expresión y de comunicación, hay que incluir el estudio de los sonidos y los gestos. Como es evidente que los animales emiten sonidos y producen gestos, la pregunta es inmediata: ¿poseen un lenguaje como los seres humanos? Está claro que muchas especies animales se comunican entre sí. Sin embargo, la comunicación humana difiere de la animal en siete aspectos que los lingüistas han formulado: 1) posee dos sistemas gramaticales independientes aunque interrelacionados (el oral y el gestual); 2) siempre comunica cosas nuevas; 3) distingue entre el contenido y la forma que toma el contenido; 4) lo que se habla es intercambiable con lo que se escucha; 5) se emplea con fines especiales (detrás de lo que se comunica hay una intención); 6) lo que se comunica puede referirse tanto al pasado como al futuro, y 7) los niños aprenden el lenguaje de los adultos, es decir, se transmite de generación en generación.
Sin embargo, recientes investigaciones sobre los primates han demostrado que muchas de estas características no son exclusivas de los seres humanos. No obstante, se puede afirmar con cierta seguridad que el lenguaje humano posee características especiales. Los seres humanos relacionan una serie limitada de unidades gramaticales y de signos separados para formar un conjunto infinito de oraciones que bien pudieran no haber sido oídas, emitidas, leídas, escritas o pensadas con anterioridad. Los niños que todavía no han estudiado la gramática de su lengua establecen sus propias reglas empleando su capacidad lingüística, así como los estímulos que reciben de la comunidad lingüística en la que han nacido. 
Para que exista el lenguaje se requieren ciertos factores: de índole fisiológica (el organismo tiene que ser capaz de emitir sonidos); de índole gramatical (el discurso tiene que poseer una estructura), y de índole semántica (es imprescindible que la mente pueda entender lo que se habla).
Sea cual sea la comunicación que establecen los seres humanos por medio de la lengua, los gestos o los signos, debe cumplir el mismo proceso: adecuarse al pensamiento que se quiere transmitir; sin embargo, las lenguas que se hablan en el mundo, aunque cumplen con esa finalidad, difieren ampliamente entre sí tanto en sus sistemas fonéticos como en sus estructuras gramaticales.
En el siguiente artículo se analiza con claridad el origen de nuestro lenguaje:
"Muchos especialistas intentaron en vano encontrar el idioma original o pre Babel. El problema es que lo que se busca es un idioma o un protolenguaje. Si se quiere llegar a él hay que cambiar el paradigma y empezar a rastrear un sentido, que llamamos Neem, que funciona como la vista, el tacto o cualquiera de los otros.
Mucho se ha dicho y escrito sobre qué es lo que distingue a los Humanos del resto de los seres de la Creación con conclusiones bien variadas de acuerdo con el enfoque. Sin embargo, la mayoría está de acuerdo en citar a la conciencia de sí: Hasta donde se sabe, el Hombre es el único animal capaz de reflexionar sobre su condición. Y para ello tiene una herramienta fundamental: el lenguaje, que es lo que con más claridad distingue a la conducta humana pues la utiliza para construir cultura. Se lo puede definir como un sistema de símbolos que representan cosas e ideas y que es vital para pasar los conocimientos adquiridos a la generación siguiente. Gracias a este proceso, los nuevos ya no arrancarán de cero la carrera por la supervivencia y la evolución. Además, la comunicación permite cotejar los saberes, compartir los descubrimientos y reflexionar con los semejantes. 
Desde el punto de vista fisiológico, si bien los últimos estudios en neurociencias relativizan cada vez más la anatomía del pensamiento, y tienden a demostrar que el cerebro piensa en red, los monitoreos con SPECT (“Single Photon Emission Computed Tomography”) indican que cuando se está interpretando un idioma, una de las zonas que se activa es la conocida como el área de Broca, ubicada en el hemisferio izquierdo.  
¿Es el lenguaje inherente al Hombre? 
“Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras (…)
Mas Dios descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban levantando y dijo: 'He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros'. Así, Dios los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió Dios la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie”. Génesis, 11. 
Los antropólogos estiman que el lenguaje entendido como producción y percepción de un idioma nació hace alrededor de 35.000 años, cuando todavía los últimos Neandertales eran contemporáneos de los primeros Cromagnones. Estos últimos, con una cavidad bucal más adecuada a la articulación de sonidos dieron el salto adelante. Los expertos todavía no se ponen de acuerdo sobre si hubo un lenguaje original del cual se derivaron los idiomas y apenas pueden especular sobre el tema. 
En este punto es válido preguntarse si alguna vez todos los hombres hablaron idioma universal como refiere la Biblia en la historia de la Torre de Babel, lo que daría la razón a la teoría de la monogénesis del lenguaje defendida en el siglo XVIII por el filósofo alemán Gottfried Wilhelm von Leibniz, entre otros. 
Algunas pistas: El prestigioso lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky postula la existencia del LAD (Language Acquisition Device, o dispositivo para la adquisición del lenguaje) una suerte de "caja negra" innata, que sería capaz de recibir un input o entrada de datos lingüísticos y, a partir de él, derivar las reglas gramaticales universales. 
Al respecto, el psiquiatra Daniel Drubach, de la Mayo Clinic, en Minnesotta, explicó en su conferencia “Neurobiología de la imaginación y su relación con la espiritualidad” (dictada en el Foro de reflexión Cerebro y Espiritualidad, Buenos Aires, 17 de Septiembre de 2007): “Cuando el niño nace su cerebro está preconfigurado para ciertas actividades, que las llamamos universales. El lenguaje verbal (es la más estudiada), no el escrito, está presente en todas las culturas humanas. Nunca se encontró una cultura que no hable. Se cree que viene preconfigurado, y que no es sólo algo anatómico sino también funcional. Lo curioso es que el lenguaje está preconfigurado pero el idioma no. El idioma es puramente un resultado de la cultura. Esto es interesante porque entre todos los idiomas hay muchísimas similitudes. Inclusive, los lingüistas dicen que no hay ninguna diferencia de fondo entre el chino, el inglés y el español, por ejemplo. Que lo único que difiere es el símbolo. La estructura del lenguaje es igual en todas las culturas”.  
En busca del idioma original 
En su artículo “¿Qué idioma habla Dios?” publicado en La Revista El Cultural del diario español El Mundo (del 7-julio de 2005) el Doctor en Medicina y catedrático de Fisiología Humana de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco Mora Teruel, refiere que la búsqueda de ese idioma original, y por ende más cercano a Dios, lleva siglos y que los casos conocidos se remontan a la historia que cuenta el historiador griego Herodoto de Halicarnaso sobre el faraón de Egipto, Psammenticus, quien hace 2600 años aisló niños para comprobar si desarrollaban un idioma desde cero (habrían dicho una palabra en frigio), experiencia repetida por el Rey Jaime IV de Escocia en el siglo XV de nuestra era. Y que una experiencia mejor documentada es la del emperador Mogol Akbar Khan, quien a principios del siglo XVI, repitió la experiencia de Egipto y Escocia y de acuerdo con la crónica de un jesuita, el resultado fue que los niños no hablaban nada. De este modo, concluyó que el idioma genuino del hombre era el silencio. Esta historia fue refrendada en la actualidad: se encontraron niños aislados por sus padres o perdidos en la selva en sus primeros años, que no hablaban. 
Opina Mora Teruel: “Si algún idioma Dios dio al hombre en sus orígenes es claramente el de los gestos y el silencio. De lo que se deduce además, que no hay libro alguno que exprese, en ningún idioma, el verbo directo de Dios. Dios, si existe, es silencio y cualquier libro que hable de ese silencio ha sido filtrado por el cerebro humano. Y esto nos lleva a comprender que la interpretación humana de ese silencio, su desciframiento y su traducción en forma de lenguaje, es tan individual como lo es cada cerebro en cada uno de los más de seis mil millones de habitantes que pueblan la tierra”.  
El lenguaje en sentido amplio 
Se tiende a pensar en el lenguaje como en el cotidiano intercambio de frases y en un medio de comunicación entre los seres humanos que, a partir de signos orales y escritos, poseen un significado útil para relacionarse con los demás. Sin embargo, en su sentido más amplio, se trata de un proceso mucho más complejo en el que intervienen una gran cantidad de actividades mentales. Desde luego, las propias del lenguaje hablado, como reconocer las palabras dentro de la cadena sonora, determinar su significado en un contexto de la oración que forman, identificar el nivel de significado o significados de la frase, y formular una respuesta. 
No obstante, limitar al lenguaje a una simple combinación de palabras es muy superficial, incluso si se agrega el contexto cultural. De hecho, las formas no verbales de comunicación entre los seres vivos incluyen luces, imágenes, sonidos, gestos, colores, olores y más. Los animales tienen diferentes maneras de hacerse llegar los mensajes sin un lenguaje oral. Los pájaros, los delfines, los insectos, no hablan en sentido estricto entre ellos, por ejemplo, aunque se comunican. Ellos saben si otro animal va a atacarlos, si una planta es venenosa o si una hembra está lista para aparearse porque reciben las señales y las decodifican. 
Por lo tanto, lo que viene preconfigurado desde el nacimiento es la capacidad de comunicarse. Pero a través de un proceso que se asemeja más al funcionamiento de un sentido (como la vista o el olfato), que al idioma, que es más parecido a una tecnología, algo inventado por la cultura. Como la escritura, lo que hace el idioma es segmentar una porción de lo que se está comunicando para codificarlo en un mensaje restringido. 
Esto se ha estudiado mucho, se sabe que el mensaje hablado es sólo una parte pequeña de la comunicación. Por ejemplo, en una charla hay muchos elementos que enriquecen la comunicación entre dos personas y que van más allá del intercambio de palabras y frases. Tal es el caso de las inflexiones de la voz, los gestos, las señales, los movimientos involuntarios del cuerpo, etcétera. 
El lenguaje holístico 
Hasta aquí podemos afirmar que la comunicación parlante no es inherente al Hombre. Aunque siempre existió la comunicación, el lenguaje tal como se lo conoce hoy, creció y se desarrolló a la par de la civilización. En el estado natural original los seres se comunicaban entre sí y con la naturaleza. No había diferencias entre el lenguaje humano y el medio de comunicación del resto de las especies animales. El hombre, al individualizarse y volverse cultural, perdió esa capacidad. Pero la cuestión no es tan simple. 
Al respecto, el Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco J. Rubia, explica en un reportaje cómo era el lenguaje del hombre pre-cultural: “Antes de que surgiera la conciencia dualista el hombre se encontraba en el paraíso de la conciencia holística en donde los contrarios no existían, en el 'océano primordial' origen del cosmos en la mayoría de los mitos, que se interpreta como una unidad/totalidad. Es de suponer que esta Unidad, que también puede aparecer como paraíso, corresponda, desde el punto de vista neurofisiológico, al hemisferio derecho, unido estrechamente al sistema límbico o sistema base de las emociones y afectos. El despertar a la conciencia, por tanto, hace que el hombre tenga nostalgia de esa unidad o paraíso perdido y quiera volver a él. Casi todas las religiones tienen como meta la unión con la divinidad, con el Uno, al final de la vida. El retorno al paraíso es, lógicamente, una tendencia muy humana y supondría la resistencia al desarrollo impuesto por la evolución. Es la negación de la realidad como intento de regresión a épocas pretéritas más felices”. 
Y en su artículo “El pensamiento dualista” agrega: “La conciencia del hombre primitivo se asemeja más a la que aparece en los sueños, distinta de la del hombre moderno despierto. Es por esto por lo que el hombre primitivo no diferencia entre el sueño y la realidad, ambos constituyen un 'continuum'. Habría que decir que no es que el hombre primitivo no sepa distinguir entre el sueño y la realidad, sino que ambos estados, el sueño y la realidad emotiva son productos de las mismas estructuras y por lo tanto sujetos a las mismas leyes, lo que le impide hacer diferencias entre ellos (…). También la separación entre el alma y el cuerpo sería moderna. El hombre primitivo no las diferencia en absoluto, al contrario, ambos forman una unidad mística indiferenciada”. Y llega a una osada conclusión: “Quizá espacio y tiempo sean las gafas con que el cerebro mira la realidad. ¡Un filtro construido por el cerebro! Quizá el cerebro nos restrinja lo real, cosa útil para sobrevivir como especie. Y, en el éxtasis místico, ¡el cerebro se quita un ratito esas gafas, ese filtro!”
Y ahora entra en juego la “variable Dios”, la última de las pistas.  
Experiencia Mística: La voz de Dios 
“¿Qué tipo de sentencia (me pregunté) construirá una mente absoluta? Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra. Consideré que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato. Con el tiempo, la noción de una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra, y en esa palabra la plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces humanas, todo, mundo, universo”.  Jorge Luis Borges, “La escritura de Dios” (El Aleph, 1949).
La historia y los textos sagrados (no sólo los cristianos) están llenos de testimonios de personas que, de manera espontánea o provocada, logran alcanzar un “estado modificado de la conciencia”. Cuando la experiencia conlleva ciertas sensaciones de de trascender lo mundano y penetrar en una dimensión espiritual se habla de éxtasis místico. Este fenómeno transcultural tiene registros en muchas sociedades y religiones diferentes. En “Las Variedades de la Experiencia Religiosas”, William James comenta que la experiencia mística es inefable, que quienes la experimentan refieren que no puede describirse en palabras adecuadas, que debe experimentarse directamente, pues no es posible comunicarla ni transferirla a los demás. Y razona: “Por esta peculiaridad los estados místicos se parecen más a los estados afectivos que a los intelectuales”. 
Muchas personalidades históricas han tenido experiencias místicas, como Vincent Van Gogh, William Bake, George Rusell, Juana de Arco, Ezequiel, San Pablo, Mahoma; Dante, Ignacio de Loyola, Bernardo de Claraval, Rumi, Jacob Bohme , Ovidio, Al-Gazzali, Ibn Arabi, Hildergard Von Bingen y el Dalai Lama, entre otros. 
Y es así que diferentes autores han establecido una variedad de parámetros que debe tener la experiencia mística para ser catalogada como tal y diferenciarse de las diferentes patologías neuropsicológicas, como psicosis, epilepsia, esquizofrenia, etc. Estos parámetros, similares para las diversas culturas, religiones y épocas de la humanidad sólo marcan diferencias según la formación y historia personal de lo vivido en la historia del sujeto. Las mismas podrían resumirse en las siguientes, de acuerdo con la clasificación del doctor Robert M. Gimello de la Universidad de Harvard: 
-Sensación de unidad de todo lo existente.
-Pérdida del yo y del mundo (sujeto y objeto).
-Pérdida del sentido de la causalidad.
-Sensaciones de fuerte tono afectivo: alegría, bienaventuranza, paz, vitalidad, bienestar físico y mental.
-Sensación de estar en contacto con lo sagrado.
-Sensación de objetividad y realidad.
-Superación del dualismo y aceptación de la paradoja.
-Inefabilidad.
-Transitoriedad: dura instantes, como mucho una o dos horas.
-Cambios positivos persistentes en la actitud y conducta del sujeto.
-Cualidad noética: estados de conocimiento de intuición y verdad.
-Sensación de elevación y/o flotar en el aire.
-Referencia a la luz: fogonazos, luminosidad sostenida, presencia luminosa, fuego o calor intensos (generalmente blanca). 
El psiquiatra estadounidense Arthur Deikman, de la Universidad de California, defiende la hipótesis de que los fenómenos místicos se producen a partir de una desautomatización de estructuras psicológicas que organizan, limitan, seleccionan e interpretan los estímulos perceptuales que llegan a través de los sentidos. 
En otras palabras, en la experiencia mística las sensaciones son mucho más cercanas a las del niño pre-parlante, a las del hombre primitivo o las que se experimentan en el ensueño, que a las del adulto, contemporáneo en vigilia. En lenguaje llano: Dios se comunica sin palabras.  
Conclusiones: El sentido "Neem" 
Limitar el concepto de comunicación humana al uso del idioma es absurdo, puesto que éste es apenas una porción del total. En ese sentido amplio se puede afirmar que sí existió un lenguaje original, previo a Babel, y que es el mismo que viene “por defecto” instalado en el cerebro de los recién nacidos. También es aquel que “hablan” los niños encontrados sin contacto con la cultura humana y que usaba el hombre primitivo. Y, no por casualidad, es el que se experimenta durante la experiencia mística. 
Esta manera de comunicarse es holística, disuelve los límites entre el yo y el otro y se manifiesta como certezas instantáneas, no como el final de un proceso de decodificación de conceptos. Funciona como un sentido y a falta de nombre lo llamaremos Neem, por el árbol del paraíso. Y tiene su lógica. En el paraíso no había mentira, algo imposible en este tipo de comunicación. Así deberían haberse comunicado Adán y Eva entre ellos, y con el resto de la Creación. Hasta que la cultura se impuso. Le pusieron nombre a todo para diferenciarlo de sí mismos y comieron del árbol del Conocimiento. Bloquearon el sentido Neem y fueron expulsados del paraíso. Tal vez si se lo recupera, se estará listo para emprender “la vuelta a casa”. (Fuente: Tendencias 21, 20/2/11).

 * El fundamento antropológico:

Los homínidos que vivieron en la sierra de Atapuerca (Burgos) hace más de 350.000 años oían igual que los seres humanos actuales, han comprobado los científicos que estudian el yacimiento de la Sima de los Huesos, uno de los más ricos del mundo. En la investigación se demuestra -a partir del estudio de los huesos del oído de cinco de los homínidos encontrados en la sima, atribuidos a la especie Homo heidelbergensis, que la sensibilidad acústica de estos antepasados de los neandertales se parece mucho a la del ser humano actual y es muy diferente de la del chimpancé.Este estudio es el primer ejemplo de un enfoque original para estudiar el origen del lenguaje. Según Ignacio Martínez, autor principal, este descubrimiento "es muy relevante porque es la primera vez que se determina con exactitud una capacidad sensorial en una especie fósil, y porque existe una estrecha relación entre los sonidos que una especie es capaz de oír y aquellos que es capaz de producir" Por ello, señala Martínez -de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid) y del equipo de Juan Luis Arsuaga, codirector de las excavaciones- "el descubrir que aquellos humanos tan antiguos podían oír como nosotros es un sólido argumento en favor de la hipótesis de que también serían capaces de hablar".
Al parecer, el aparato fonador de los preneandertales de Atapuerca estaba más desarrollado que el del chimpancé, pero no tanto como el del homo sapiens. De hecho, en el caso de los preneandertales no existían las dimensiones apropiadas para que pudieran pronunciar tres vocales esenciales, es decir la a, la i y la u. "Se trata de las únicas vocales que se encuentran presentes en todos los idiomas conocidos", según explica el paleontólogo de la Universidad de Alcalá de Henares Ignacio Martínez.
Por caprichos de índole física, para poder pronunciar esos tres sonidos básicos resulta imprescindible que la longitud de la mandíbula desde la parte delantera a la trasera coincida con la longitud de la laringe de arriba abajo, es decir, desde la boca hasta la nuez. Dado que la mandíbula de los preneandertales de Atapuerca era más larga que la del homo sapiens, y que su cuello, sin embargo, medía lo mismo, los preneandertales no podían pronunciar la a, la i y la u con la misma precisión y rapidez que lo podemos hacer los humanos de hoy día.
En cambio, los chimpancés, por su parte, tienen la mandíbula mucho más larga que la laringe. Esta circunstancia les impide hablar, pero lleva aparejadas otras aptitudes: así, por ejemplo, son perfectamente capaces de tragar y respirar al mismo tiempo, lo cual es una habilidad común a todos los mamíferos que los homo sapiens disfrutan al nacer, pero van perdiendo conforme se desarrollan. 
El paleontólogo Ignacio Martínez lo explica muy gráficamente: 
"El precio que pagó la especie humana a la naturaleza a cambio de conseguir la facultad de hablar fue la posibilidad de morir atragantado".


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